Sandra Lorenzano
20/10/2024 - 12:02 am
Sueños
"Me pregunto si es quizás la esperanza lo que surge al recomponer esos fragmentos".
1.
Hace unos días en clase una estudiante me dijo, “Desde que estudio estos temas, todas las noches tengo pesadillas”. La violencia, la memoria, las ausencias, temas que habían aparecido en algunos de los textos leídos, se habían metido en sus sueños.
Hace muchos años que no recuerdo lo que sueño; si no fuera por las certezas que tienen los científicos, diría que no sueño. Las pocas veces que tengo un atisbo de alguno, suele ser tan atroz como lo que contó esta chica. No sé qué diría el psicoanálisis, pero yo les agradezco a todas las diosas de mi panteón particular que me protejan de los monstruos nocturnos.
Por suerte, existe la ciencia que me aleja de don Freud en estos asuntos y me da una tranquilizadora explicación sobre conexiones neuronales, bioquímica cerebral y cosas similares. Ustedes continúen, diosas, protegiendo los silencios oníricos.
Lo único que sigo queriendo es soñar alguna noche con mi madre. Mis hermanos cuentan que la ven en sueños y yo los envidio. Hasta el día de hoy, casi veinte años después de su muerte, no he podido volver a abrazarla ni siquiera en ese universo nocturno.
2.
Cuenta Cristina Rivera Garza que para Jean Genet “el reto de la obra nunca ha sido otro más que llegar al lugar de nuestros muertos”. Algo parecido dijo Walter Benjamin al hablar del “ángel de la historia”: “Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer los fragmentos”. La frase de Benjamin me conmueve cada vez que la leo. Ese ángel, que mira con cara de espanto hacia el pasado convertido en “ruina sobre ruina”, encarna quizás el reto de Genet. El orden de los sucesos no es algo menor: primero, despertar a los muertos; después, recomponer los fragmentos, porque ese gesto de “recomponer”, de arreglar, de reparar, no es nunca individual, para que exista tienen que acompañarnos ellos, nuestros muertos. ¿Hace falta decir que esos fragmentos somos nosotros mismos?
Despertar a los muertos. Traerlos del sueño a la vigilia. Dice el DRAE en la segunda acepción del verbo despertar: “Traer a la memoria algo ya olvidado”.
Escribir es un modo de despertar a los muertos, de reunirlos, para recomponer con ellos los pedazos. Kinsugi siempre: el arte japonés de poner polvo de oro sobre las roturas para recordar que en cada palabra que escribimos hay voces e historias de quienes estuvieron antes. Escribir es también entonces un acto de memoria.
Me pregunto si es quizás la esperanza lo que surge al recomponer esos fragmentos. Esperanza es una palabra que me ha acompañado en los últimos tiempos.
“Zamba de mi esperanza” se llama una conocida canción del folklore argentino. Zamba de mi esperanza, / amanecida como un querer. / Sueño, sueño del alma / que, a veces, muere sin florecer, dicen los primeros versos compuestos por Luis Profili en la década de los 50 y que han cantado tantos hombres y mujeres a lo largo de los años. Y a mí, más allá de la nostalgia que pueda darme de aquella otra patria / matria de la que salí hace casi medio siglo, se me instala dentro ese sueño del alma sin ninguna razón concreta, o más bien a pesar de miles de razones en contra, sólo porque sí, porque de otra manera lo mismo daría no estar, no ser, no existir. Será que estoy cansada del listado de hechos cotidianos que buscan apagar cualquier indicio esperanzador, y me aferro a un optimismo casi infundado. O será que de pronto siento que apelar a la esperanza es una responsabilidad ética.
Esta sensación viene cocinándose desde hace tiempo y reapareció con fuerza al ver por primera vez la película “Sujo”, dirigida por Astrid Rondero y Fernanda Valadéz. No haré ningún tipo de spoiler. Ojalá puedan verla cuando se estrene. Siento que el arte y la cultura de nuestro país han llegado a un límite en “mostrar” el horror. ¿Qué decimos o qué hacemos con él además de mostrarlo? Ésa es para mí la pregunta más acuciante que deben enfrentar las y los creadores. Y es una pregunta, como decía, por el sentido ético de lo que hacemos. “Sujo” (elegida para representar a México en los premios Oscar y en los Goya de 2025), teje una respuesta que va más allá de la denuncia: un “hijo de sicario” (ése es el título que le pusieron en Francia al film), que tiene un sueño. No es la única obra que hoy lo hace, sino que, por el contrario, creo que el campo cultural está buscando nuevos caminos dentro de esta línea para hablar de las violencias que nos rodean.
Y como cuando una tiene una idea dándole vueltas en la cabeza, pareciera que atrae reflexiones afines, de pronto descubrí entre la apabullante cantidad de libros que se suman en las mesas de novedades, la obra más reciente del filósofo coreano Byung-Chul Han. ¿Adivinan cómo se llama? El espíritu de la esperanza (Herder, 2024). Allí propone a la esperanza como opuesta al miedo que nos provocan los actuales escenarios apocalípticos. “…de la desesperación más profunda -escribe- nace también la esperanza más íntima. La esperanza nos abre tiempos futuros y espacios inéditos, en los que entramos soñando.”
Sueños y esperanzas como proyectos colectivos. No olvidemos que Elpis, la diosa griega de la esperanza, es hija de Nix, la diosa de la noche.
Les propongo, si ustedes están de acuerdo, que sigamos hablando de esto en nuestro próximo encuentro.
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